El campo es el sujeto espacial más olvidado. Es la persona incómoda de la que nadie habla, porque es una persona, una entidad si se quiere, en la que cohabitan aún tantas otras entidades y de la que dependemos muchas otras. Olvido es la palabra. Abandono el concepto. Nos creemos muy citadinos y simulamos que siempre hemos estado aquí. La Madre Tierra, sufre nuestros desdenes y vaivenes. ¿Desarrollo sustentable? suena bien pero parece utopía. Hermosa palabra: utopía -un no lugar- como el campo, que subsiste sin existir, que resiste sin persistir. Pensándolo bien el campo se ha convertido en distopía, lugar que precedió a la destrucción y el despojo.
Pero volvamos a la primera metáfora: el campo y la ciudad, la periferia y el centro, la civilización y la barbarie, después de tanto años la semiótica no ha cambiado mucho. Tememos lo que hay más allá de la zona de peaje, y en todas las ciudades hay expresiones: "no saben que hay más mundo pasando tal lugar". Mundo, que curiosa palabra, al masculino. Me sigue gustando más tierra, al femenino, es más cálido y más antropológico, más acorde con nuestros mitos ancestrales, una tierra que alimenta, que cobija. La agricultura es la actividad relacionada con ello: alimentar, si se pudiera a la humanidad, pero para realizar dicha actividad es necesario que el espacio deje de estar en unas cuantas manos, y si es totalmente utópico. La tierra para la que trabaja: qué gran frase, ahora parece pertenecer a una época legendaria, aquella de los orígenes, suena un tanto a Tolkien y sus dragones, enanos y elfos. Hermandades asociadas que luchaban por su derechos de pertenencia e identidad a un espacio, ahora nos hace idénticos el Facebook, ese sí que es espacio con la sensación de inmensidad, el campo virtual, un oxímoron, un espacio sin espacio.
Tendremos que conformarnos con nuestras azoteas verdes, para el autoconsumo, tendremos que sospechar de los productos del supermercado seguramente transgénicos, y al final, cuando el cáncer nos alcance, suspiraremos por una mejor edad, por una época en la cual todavía éramos hijos del maíz.